Últimamente, TikTok se ha empecinado en mostrarme videos de ancianitos sufriendo a causa del abandono y la soledad. Sea en la ciudad o en el campo, la escena es la misma: ancianos enfermos, solos, sin compañía ni ayuda. Pienso en ello y no puedo evitar llorar, del mismo modo como lloré hoy mientras esperaba una ecografía en Essalud. Un par de abuelitas estaban allí, confundidas, desorientadas. Y me pregunté: ¿terminarán así mis días? ¿Y si un día no puedo valerme por mí misma? ¿Y si cometí un error al decidir no tener hijos?
Desde que tengo uso de razón me han señalado y criticado por muchos motivos; algunos con razón, otros no tanto. De entre todos, la crítica más constante siempre fue la de no ser madre. Me han dicho egoísta, incompleta, irresponsable. Me han advertido que me espera una vejez terrible. Y siempre me he mostrado impávida. Hoy lo confieso: tengo miedo.
¿Qué pasa si llegados los 80 ya no puedo valerme sola? ¿Qué pasa si pierdo mis recuerdos, mi fuerza, mi autonomía? ¿Qué pasa si estos olvidos que ya aparecen terminan siendo el inicio de la pérdida de todas mis facultades? ¿Y si esta incesante necesidad de sobrepensar y sufrir por todo es la señal de que me estoy perdiendo? ¿Será que cometí un error al no tener hijos? ¿Será que fallaron mis cálculos cuando me prioricé antes que cumplir con el rol clásico de la mujer-madre? ¿Será que, en verdad, fui egoísta y que el universo conspira para que me sienta miserable?
Quizá nunca sepa la respuesta. Quizá la ignore. O peor aún, quizá la olvide. Lo que sí es un hecho es que ya es demasiado tarde para echarse atrás. Siempre pensé que los hijos son, de alguna forma, parásitos de sus padres, y que ellos, en el acto más puro de amor, dan todo de sí para asegurarles la existencia. Dar de ti, sacrificarte y decidir sufrir voluntariamente es símbolo de locura absoluta o de amor infinito. Tal vez sea cierto que el amor y la locura van de la mano, y que no hay amor más puro que el de los padres.
Tal vez nunca sepa la respuesta. Tal vez no quiera saberla. Tal vez ya no pueda. Pero mientras TikTok me sigue castigando, no puedo evitar pensar que, en el fondo, todos somos esos ancianitos, esperando que alguien nos vea, esperando por una mano amiga que no deje que nos consumamos en la soledad.